Páginas

.

.

septiembre 11, 2016

TABAQUERÍA

Heterónimos de Fernando Pessoa.
Mural de la Facultad de Letras, Universidade Clássica de Lisboa.

No soy nada.
Nunca voy a ser nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto, de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(y si supieran quién es, ¿qué sabrían?).
Dan al misterio de una calle que la gente cruza constantemente, 
una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real; cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
con la muerte, que pone humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres.
Con el Destino, que conduce la carroza de todo por la calle de nada.

Hoy estoy vencido como si supiese la verdad.
Hoy estoy lúcido como si me fuera morir
y no tuviese más hermandad con las cosas
que una despedida, como si esta casa y este lado de la calle
se volvieran la hilera de vagones de un tren, y una partida que silba en mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al partir.

Hoy estoy perplejo como quien pensó y creyó y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo 
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no tuve ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
Del aprendizaje que me dieron,
me escapé por la ventana de atrás.
Fui al campo con grandes proyectos.
Pero allá no encontré nada más que yuyos y árboles,
y cuando había gente, era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué puedo pensar?

Qué sé yo lo que seré, ¿yo, que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo, que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros sueñan que son genios como yo,
y la historia no va a registrar, ¿quién sabe?, ni a uno,
no va a quedar más que estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos de remate con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántos altillos y no-altillos del mundo
no habrá a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas 
—Sí, de veras altas y nobles y lúcidas—,
y quién sabe si realizables,
nunca van a ver la luz del sol real ni a encontrar los oídos de la gente?
El mundo es para el que nace para conquistarlo
y no para el que sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
Soñé más de lo que Napoleón hizo.
Apreté contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
pensé en secreto filosofías que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez voy a ser siempre, el del altillo,
aunque no viva en uno;
voy a ser siempre el que no nació para eso;
voy a ser siempre el que tenía cualidades;
voy a ser siempre el que esperó a que le abriesen la puerta delante de una pared sin puerta,
y cantó el canto del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que la Naturaleza derrame sobre mi cabeza febril
su sol, su lluvia, el viento que encuentre mi pelo,
y el resto que venga si viene o si tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de la casa y es la Tierra entera,
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Comé chocolates, nena,
comé chocolates!
Mirá que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates.
Mirá que todas las religiones no enseñan más que la bombonería.
¡Comé, chiquita sucia, comé!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con la que comés vos!
Pero pienso, y al tirar el papel plateado, que es de hoja de estaño,
tiro todo al suelo, como tiré la vida).

Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca voy a ser
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico roto a lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos en el gesto amplio con el que tiro
la ropa sucia que soy, el papel, al transcurso de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
diosa griega, concebida como estatua viviente
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
o marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana,
o célebre cocotte del tiempo de nuestros padres,
o no sé qué moderno —no me imagino bien qué—,
todo eso, sea lo que fuere, que sea ¡si puede inspirar, que inspire!

Mi corazón es un balde volcado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo los negocios, veo las veredas, veo los autos que pasan,
veo a los seres vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo).

Viví, estudié, amé y hasta creí,
y hoy no hay mendigo al que no envidie solo por no ser yo.
Le miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
y pienso: tal vez nunca viviste ni estudiaste ni amaste, ni creíste
(porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto al que le cortaron la cola
y que es cola más acá del lagarto, empecinadamente.

Hice de mí lo que no supe, 
y lo que podía hacer de mí, no lo hice.
El traje que me puse era el equivocado.
Me confundieron enseguida con quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
la tenía pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
había envejecido.
Estaba borracho, ya no sabía llevar el disfraz que no me había quitado.
Tiré la máscara y dormí en el vestíbulo
como un perro al que la administración tolera
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá me encontrara como cosa que hiciese,
y no quedara siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de existir,
como un tapete con el que tropieza un borracho
o un felpudo que robaron los gitanos y que no valía nada.
Pero el dueño de la Tabaquería salió a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal volteada
y con la incomodidad del alma que entiende mal.
Él se va a morir y yo me voy a morir.
Él va a dejar el cartel, yo voy a dejar los versos.
En algún momento también va a morir el cartel, y los versos.
Después va a morir la calle donde estaba el cartel,
y el idioma en el que se escribieron los versos.
Y morirá el planeta giratorio en el que todo esto pasó
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como carteles,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?)
y la realidad plausible de repente me cae encima.
Me levanto enérgico, convencido, humano,
y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.

Enciendo un cigarrillo pensando en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la libertad de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
y gozo, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia
de estar descompuesto.

Después me echo hacia atrás en la silla
y sigo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, voy a seguir fumando.

(Si me casara con la hija de mi lavandera
tal vez fuese feliz).
Visto esto, me levanto de la silla. Voy hasta la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el cambio 
en el bolsillo de los pantalones?)
Ah, lo conozco, es Esteves sin metafísica.
(El dueño de la Tabaquería salió a la puerta).
Como por un instinto divino, Esteves se dio vuelta
y me vio.
Me saludó con un gesto, y yo le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
se reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.




Versión en castellano de Sandra Toro.



TABACARIA

Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.

Janelas do meu quarto,
Do meu quarto de um dos milhões do mundo que ninguém sabe quem é
(E se soubessem quem é, o que saberiam?),
Dais para o mistério de uma rua cruzada constantemente por gente,
Para uma rua inacessível a todos os pensamentos,
Real, impossivelmente real, certa, desconhecidamente certa,
Com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres,
Com a morte a por umidade nas paredes e cabelos brancos nos homens,
Com o Destino a conduzir a carroça de tudo pela estrada de nada.

Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.
Estou hoje lúcido, como se estivesse para morrer,
E não tivesse mais irmandade com as coisas
Senão uma despedida, tornando-se esta casa e este lado da rua
A fileira de carruagens de um comboio, e uma partida apitada
De dentro da minha cabeça,
E uma sacudidela dos meus nervos e um ranger de ossos na ida.

Estou hoje perplexo, como quem pensou e achou e esqueceu.
Estou hoje dividido entre a lealdade que devo
À Tabacaria do outro lado da rua, como coisa real por fora,
E à sensação de que tudo é sonho, como coisa real por dentro.

Falhei em tudo.
Como não fiz propósito nenhum, talvez tudo fosse nada.
A aprendizagem que me deram,
Desci dela pela janela das traseiras da casa.
Fui até ao campo com grandes propósitos.
Mas lá encontrei só ervas e árvores,
E quando havia gente era igual à outra.
Saio da janela, sento-me numa cadeira. Em que hei de pensar?

Que sei eu do que serei, eu que não sei o que sou?
Ser o que penso? Mas penso tanta coisa!
E há tantos que pensam ser a mesma coisa que não pode haver tantos!
Gênio? Neste momento
Cem mil cérebros se concebem em sonho gênios como eu,
E a história não marcará, quem sabe?, nem um,
Nem haverá senão estrume de tantas conquistas futuras.
Não, não creio em mim.
Em todos os manicômios há doidos malucos com tantas certezas!
Eu, que não tenho nenhuma certeza, sou mais certo ou menos certo?
Não, nem em mim...
Em quantas mansardas e não-mansardas do mundo
Não estão nesta hora gênios-para-si-mesmos sonhando?
Quantas aspirações altas e nobres e lúcidas -
Sim, verdadeiramente altas e nobres e lúcidas -,
E quem sabe se realizáveis,
Nunca verão a luz do sol real nem acharão ouvidos de gente?
O mundo é para quem nasce para o conquistar
E não para quem sonha que pode conquistá-lo, ainda que tenha razão.
Tenho sonhado mais que o que Napoleão fez.
Tenho apertado ao peito hipotético mais humanidades do que Cristo,
Tenho feito filosofias em segredo que nenhum Kant escreveu.
Mas sou, e talvez serei sempre, o da mansarda,
Ainda que não more nela;
Serei sempre o que não nasceu para isso;
Serei sempre só o que tinha qualidades;
Serei sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de uma parede sem porta,

E cantou a cantiga do Infinito numa capoeira,
E ouviu a voz de Deus num poço tapado.
Crer em mim? Não, nem em nada.
Derrame-me a Natureza sobre a cabeça ardente
O seu sol, a sua chava, o vento que me acha o cabelo,
E o resto que venha se vier, ou tiver que vir, ou não venha.
Escravos cardíacos das estrelas,
Conquistamos todo o mundo antes de nos levantar da cama;
Mas acordamos e ele é opaco,
Levantamo-nos e ele é alheio,
Saímos de casa e ele é a terra inteira,
Mais o sistema solar e a Via Láctea e o Indefinido.

(Come chocolates, pequena;
Come chocolates!
Olha que não há mais metafísica no mundo senão chocolates.
Olha que as religiões todas não ensinam mais que a confeitaria.
Come, pequena suja, come!
Pudesse eu comer chocolates com a mesma verdade com que comes!
Mas eu penso e, ao tirar o papel de prata, que é de folha de estanho,
Deito tudo para o chão, como tenho deitado a vida.)

Mas ao menos fica da amargura do que nunca serei
A caligrafia rápida destes versos,
Pórtico partido para o Impossível.
Mas ao menos consagro a mim mesmo um desprezo sem lágrimas,
Nobre ao menos no gesto largo com que atiro
A roupa suja que sou, em rol, pra o decurso das coisas,
E fico em casa sem camisa.

(Tu que consolas, que não existes e por isso consolas,
Ou deusa grega, concebida como estátua que fosse viva,
Ou patrícia romana, impossivelmente nobre e nefasta,
Ou princesa de trovadores, gentilíssima e colorida,
Ou marquesa do século dezoito, decotada e longínqua,
Ou cocote célebre do tempo dos nossos pais,
Ou não sei quê moderno - não concebo bem o quê -
Tudo isso, seja o que for, que sejas, se pode inspirar que inspire!
Meu coração é um balde despejado.
Como os que invocam espíritos invocam espíritos invoco
A mim mesmo e não encontro nada.
Chego à janela e vejo a rua com uma nitidez absoluta.
Vejo as lojas, vejo os passeios, vejo os carros que passam,
Vejo os entes vivos vestidos que se cruzam,
Vejo os cães que também existem,
E tudo isto me pesa como uma condenação ao degredo,
E tudo isto é estrangeiro, como tudo.)

Vivi, estudei, amei e até cri,
E hoje não há mendigo que eu não inveje só por não ser eu.
Olho a cada um os andrajos e as chagas e a mentira,
E penso: talvez nunca vivesses nem estudasses nem amasses nem cresses
(Porque é possível fazer a realidade de tudo isso sem fazer nada disso);
Talvez tenhas existido apenas, como um lagarto a quem cortam o rabo
E que é rabo para aquém do lagarto remexidamente

Fiz de mim o que não soube
E o que podia fazer de mim não o fiz.
O dominó que vesti era errado.
Conheceram-me logo por quem não era e não desmenti, e perdi-me.
Quando quis tirar a máscara,
Estava pegada à cara.
Quando a tirei e me vi ao espelho,
Já tinha envelhecido.
Estava bêbado, já não sabia vestir o dominó que não tinha tirado.
Deitei fora a máscara e dormi no vestiário
Como um cão tolerado pela gerência
Por ser inofensivo
E vou escrever esta história para provar que sou sublime.

Essência musical dos meus versos inúteis,
Quem me dera encontrar-me como coisa que eu fizesse,
E não ficasse sempre defronte da Tabacaria de defronte,
Calcando aos pés a consciência de estar existindo,
Como um tapete em que um bêbado tropeça
Ou um capacho que os ciganos roubaram e não valia nada.

Mas o Dono da Tabacaria chegou à porta e ficou à porta.
Olho-o com o deconforto da cabeça mal voltada
E com o desconforto da alma mal-entendendo.
Ele morrerá e eu morrerei.
Ele deixará a tabuleta, eu deixarei os versos.
A certa altura morrerá a tabuleta também, os versos também.
Depois de certa altura morrerá a rua onde esteve a tabuleta,

E a língua em que foram escritos os versos.
Morrerá depois o planeta girante em que tudo isto se deu.
Em outros satélites de outros sistemas qualquer coisa como gente
Continuará fazendo coisas como versos e vivendo por baixo de coisas como tabuletas,
Sempre uma coisa defronte da outra,
Sempre uma coisa tão inútil como a outra,
Sempre o impossível tão estúpido como o real,
Sempre o mistério do fundo tão certo como o sono de mistério da superfície,
Sempre isto ou sempre outra coisa ou nem uma coisa nem outra.

Mas um homem entrou na Tabacaria (para comprar tabaco?)
E a realidade plausível cai de repente em cima de mim.
Semiergo-me enérgico, convencido, humano,
E vou tencionar escrever estes versos em que digo o contrário.

Acendo um cigarro ao pensar em escrevê-los
E saboreio no cigarro a libertação de todos os pensamentos.
Sigo o fumo como uma rota própria,
E gozo, num momento sensitivo e competente,
A libertação de todas as especulações
E a consciência de que a metafísica é uma consequência de estar mal disposto.

Depois deito-me para trás na cadeira
E continuo fumando.
Enquanto o Destino mo conceder, continuarei fumando.

(Se eu casasse com a filha da minha lavadeira
Talvez fosse feliz.)
Visto isto, levanto-me da cadeira. Vou à janela.
O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das calças?).
Ah, conheço-o; é o Esteves sem metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó Esteves!, e o universo
Reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.



Álvaro de Campos, 15-1-1928.





FERNANDO PESSOA (PORTUGAL, 1888-1935)

agosto 14, 2016

POEMAS DE INGEBORG BACHMANN




Al Sol

Más hermoso que la conspicua Luna y hasta que su preclara luz,
más hermoso que las estrellas, las ilustres condecoraciones de la noche,
más hermoso, más, que la flamígera aparición de un cometa
y llamado también a cosas más hermosas que ningún otro astro,
pues tu vida y la mía dependen cada día de él, es el Sol.

Sol hermoso, que se levanta, no olvida jamás su obligación
y la concluye de la manera más hermosa en el estío, cuando el día
se disipa en las costas, y reflejadas sin fuerza pasan
por tus ojos las velas, hasta que el sueño te vence y se esfuma la última.

Sin el Sol hasta el arte vuelve a ponerse el velo;
dejas de iluminarme, y la mar y la arena,
flageladas por las sombras, huyen bajo mis párpados.

Luz hermosa que nos caldea, conserva y cuida maravillosamente:
¡que vuelva a ver y vuelva a verte!
Nada más hermoso bajo el Sol que estar bajo el Sol...

Nada más hermoso que contemplar la vara en el agua y el pájaro en lo alto
que razona su vuelo, y, abajo, los peces, en bandada,
pintados, modelados, venidos al mundo con un mensaje de luz,
ni más hermoso que echar una mirada al derredor y ver el cuadrángulo de un sembrado, el
          miriángulo de mi país
y el manto que te cubre. ¡Y tu manto, acampanado y azul!

Azul hermoso, por el que pasean los pavos reales y se hacen reverencias,
azul de la distancia, de las zonas de dicha con los climas que le vienen mejor a mi sentir,
¡azar azul del horizonte! Y mis enardecidos ojos
vuelven a dilatarse y chispean y se abrasan heridos.


El tiempo aplazado

Se avecinan días más duros.
El tiempo aplazado hasta nuevo aviso
se anuncia ya en el horizonte.
Pronto tendrás que anudarte las sandalias
y ahuyentar a los canes hacia las granjas de la tierra baja.
Que las vísceras de los peces
se han quedado frías al viento
y la luz de las flores de los altramuces arde ya mortecinamente.
Tu mirada se abre paso a través de la niebla:
el tiempo aplazado hasta nuevo aviso
se anuncia ya en el horizonte.

En la otra orilla se te hunde la amada:
la arena sube ya por su cabellera ondeante,
no le deja hablar,
le ordena callar,
la encuentra mortal
y dócil para la despedida
tras cada abrazo.

No vuelvas la mirada.
Anúdate las sandalias.
Ahuyenta a los canes.
Arroja los peces al mar.
¡Apaga las flores de los altramuces!

Se avecinan días más duros.




(21 poetas alemanes, MadridVisor, 1980).

Trad. de Felipe Boso.



Vosotras, palabras


Para Nelly Sachs, la amiga, la poeta, en veneración

¡Vosotras, palabras, levantaos, seguidme!
y aunque ya estemos lejos,
demasiado lejos, nos alejaremos una vez
más, hacia ningún final.
No aclara.
La palabra
sólo arrastrará
otras palabras,
la frase otras frases.
El mundo así quiere,
definitivamente,
imponerse,
quiere estar dicho ya.
No la digáis.
Palabras, seguidme,
¡que no se vuelva definitiva
–esta ansia del verbo
y dicho y contradicho!
Dejad ahora un rato
que ninguno de los sentimientos hable,
que el músculo corazón
se ejercite de manera diferente.
Dejad, digo, dejad.
Nada, digo yo, susurrado
al oído supremo,
que sobre la muerte no se te ocurra nada,
deja y sígueme, ni dulce
ni amargo,
ni consolador,
no significativamente
sin consuelo
tampoco sin signos–
Y sobre todo, no eso: la imagen
en el tejido de polvo, el retumbar vacío
de sílabas, palabras de agonía.
¡Sin decir nada,
vosotras, palabras!
Bajo la tormenta de rosas

Adonde nos dirijamos bajo la tormenta de rosas,
las espinas iluminan la noche, y el trueno
de las hojas, antes tan silenciosas en los arbustos,
nos sigue ahora muy de cerca.



El tiempo postergado

Vienen días más duros. 
El tiempo postergado hasta nuevo aviso 
asoma por el horizonte. 
Pronto tendrás que atarte los zapatos 
y correr los perros de vuelta a las granjas marismeñas. 
Pues las vísceras de los peces 
se han enfriado al viento. 
Arde pobre la luz de los altramuces. 
Tu mirada rastrea la niebla: 
el tiempo postergado hasta nuevo aviso 
asoma por el horizonte.

Allí se te hunde la amada en la arena, 
sube por su cabello ondeante, 
le quita la palabra, 
le ordena callarse, 
le parece mortal 
y dispuesta a la despedida 
tras cada abrazo.

No mires hacia atrás. 
Átate los zapatos. 
Corre los perros de vuelta. 
Tira los peces al mar. 
¡Apaga los altramuces!

Vienen días más duros.



Salmo

1

¡Callad conmigo, como callan todas las campanas!

En la placenta de los horrores 
buscan las sabandijas alimento nuevo. 
Públicamente, cuelga los Viernes Santo una mano 
en el firmamento, le faltan dos dedos, 
y no puede jurar que todo, 
todo, no haya sido y que nada 
será. Se hunde en las nubes pardas, 
arroba a los nuevos asesinos 
y sale absuelta.

De noche, sobre esta tierra, 
forzar ventanas, darle para atrás a las sábanas, 
que quede al descubierto el embozo de los enfermos, 
una llaga llena de alimento, infinitos dolores 
para todos los gustos.

Enguantados contienen los carniceros 
el aliento de los desembozados, 
la luna en la puerta cae al suelo, 
no recojas los fragmentos, la cinta de la que colgó...

Todo estaba preparado para la extremaunción. 
(El sacramento no puede llevarse acabo).

2

Qué vanidad de vanidades. 
Arrastra una ciudad hasta ti, 
levántate del polvo de esa ciudad, 
toma posesión de un cargo 
y enmascárate 
para no ser desenmascarado.

Cumple las promesas 
delante de un espejo ciego en el aire, 
delante de una puerta cerrada en el viento.

Intransitados están los caminos sobre la pared a plomo del cielo.

3

Oh ojos, que la tierra, almacén solar, quemó, 
con la carga de lluvia de todos los ojos cargados, 
cubiertos ahora de hilos, de telas 
hiladas por las arañas trágicas 
del presente ...

4

En la cuenca de mi mudez 
pon una palabra 
y levanta grandes bosques a ambos lados, 
que mi boca 
entera quede en la sombra.



Sólo cosas sombrías

Como Orfeo, toco 
en las cuerdas de la vida la muerte, 
y ante la belleza de la tierra 
y de tus ojos, que administran el cielo, 
sólo sé decir cosas sombrías.

No olvides que también tú, de pronto, 
aquella mañana, cuando tu lecho 
todavía estaba húmedo de rocío y el clavel 
dormía junto a tu corazón, 
viste el río oscuro 
pasar a tu lado.

La cuerda del silencio, 
tensada sobre la ola de sangre, 
puso manos en tu corazón sonante. 
Transformado quedó tu rizo 
en la cabellera de sombras de la noche, 
los copos negros de las tinieblas 
nevaron tu semblante.

Y mi lugar no está a tu lado. 
Ahora nos lamentamos los dos.

Pero como Orfeo, sé 
junto a las cuerdas de la muerte la vida, 
y en mí reverbera el azulado 
de tu ojo por siempre cerrado.



Temprano mediodía

Silencioso verdea el tilo en el verano inaugurado, 
muy apartada de las ciudades tiembla 
el brillo opaco de la luna diurna. Ya es mediodía, 
ya se agita en la fuente el chorro, 
ya se alza bajo el destrozo 
el ala maltratada del pájaro de fábula, 
y la mano, desfigurada por tirar la piedra, 
cae en el despertar del trigo.

Donde el cielo de Alemania ennegrece la tierra, 
busca su ángel decapitado una tumba para el odio 
y te entrega el cuenco del corazón.

Un puñado de dolor se pierde sobre la colina.

Siete años más tarde 
te acuerdas nuevamente, 
junto a la fuente, ante la puerta, 
no mires demasiado profundamente, 
se te saltarán los ojos.

Siete años más tarde, 
en casa de amortajado, 
apuran los ayer verdugos 
el vaso dorado. 
Se te hundirían los ojos.
Ya es mediodía, en las cenizas 
dobla el hierro, sobre el mandril 
está izada la bandera, y sobre la roca

del sueño ancestral, queda de aquí en adelante 
forjada el águila.

Solo la esperanza, aquejada de ceguera, está acurrucada bajo la luz. 
¡Rompe sus cadenas, guíala 
ladera abajo, ponle 
la mano sobre los ojos, que no la 
abrase ninguna sombra!

Donde la tierra de Alemania ennegrece el cielo, 
busca la nube palabras y llena el cráter de silencio 
antes de que el verano las perciba bajo la llovizna. 
Lo inexplicable recorre, en voz baja, el país: 
ya es mediodía.



En la penumbra

De nuevo metemos los dos las manos en el fuego, 
tú, para el vino de la noche largamente embodegada, 
yo, para la fuente de la mañana, que desconoce los lagares. 
Aguarda el fuelle del maestro, en quien confiamos.

Al sentir el calor de la preocupación, el soplador se acerca. 
Se va antes de que amanezca, viene antes de que llames, es viejo 
como la penumbra en nuestras tenues cejas.

De nuevo, él prepara el plomo en caldera de lágrimas, 
a ti, para un vaso -se trata de celebrar lo desaprovechado-, 
a mí, para el pedazo lleno de humo -este se vacía sobre el fuego.
Así avanzo hasta ti y hago sonar las sombras.

Descubierto está quien ahora vacile, 
descubierto, quien haya olvidado el dicho. 
¡Tú no puedes ni quieres saberlo, 
tú bebes del borde, donde está fresco, 
y como antaño, bebes y permaneces sobrio, 
a ti aún te crecen cejas, a ti aún te contemplan!

Pero yo ya aguardo el momento 
en amor, a mí se me cae el pedazo 
en el fuego, a mí se me convierte en el plomo 
que era. Y detrás de la bala 
estoy yo, tuerta, segura del blanco, delgada, 
enviándola al encuentro de la mañana.



Vuelo nocturno

Nuestro campo es el cielo, 
arado con el sudor de los motores, 
frente a la noche, 
bajo la intervención del sueño.

Soñado sobre calvarios y piras, 
bajo el tejado del mundo, cuyas tejas 
se ha llevado el viento -y ahora, lluvia, lluvia, lluvia 
en nuestra casa y en los molinos 
los ciegos vuelos de los murciélagos. 
¿Quién vivía allí? ¿Quién tenía límpidas las manos? 
¿Quién resplandecía en la noche, 
fantasma a los fantasmas?

Al abrigo del plumaje de acero, interrogan 
instrumentos el espacio, relojes y escalas, 
la maleza de nubes, y roza el amor 
el lenguaje olvidado de nuestro corazón: 
corto y largo largo... Durante una hora 
bate granizo el tímpano del oído, 
que, desafecto a nosotros, escucha y distorsiona.

No ha desaparecido el sol ni la tierra, 
solo se han movido como astros, irreconocibles.

Nos hemos remontado de un puerto 
en que no cuenta el retorno, 
ni la carga ni la pesca.
Las especias de la India y las sedas del Japón 
les pertenecen a los comerciantes, 
como los peces a las redes.

Pero se percibe un olor 
que se anticipa a los cometas, 
y el tejido del aire 
desgarrado por el cometa caído. 
Llámalo estado de los solitarios 
en que se lleva a cabo el asombro. 
Nada más.

Nos hemos remontado, y los conventos están vacíos 
desde que toleramos, una orden, que no salva ni enseña. 
Actuar no es asunto de los pilotos. Tienen la vista fija 
en las bases y extendido sobre las rodillas 
el mapa de un mundo al que nada hay que añadir.

¿Quién vive ahí abajo? ¿Quién llora...? 
¿Quién pierde la llave de la casa? 
¿Quién no encuentra su cama, quién duerme 
sobre los umbrales? ¿Quién, cuando llega la mañana, 
se atreve a interpretar la estela de plata: mirad, por encima de mí...? 
Cuando el agua impulsa de nuevo la rueda del molino, 
¿quién se atreve a recordar la noche?



Nueva

Sale del atrio celestial templado de cadáveres el sol.
No están allí los inmortales,
sino los caídos en batalla, oímos.
Y el esplendor no repara en la putrefacción. Nuestra deidad,
la Historia, nos ha dispuesto una sepultura
de la que no hay resurrección.



Todos los días

Ya no se declara la guerra, 
se prosigue. Lo inconcebible 
se ha hecho cotidiano. El héroe 
permanece alejado de los combatientes. El débil 
ha avanzado hasta las zonas de fuego. 
El uniforme de diario es la paciencia, 
la condecoración, la mísera estrella 
de la esperanza sobre el corazón.

Se concede
cuando ya no pasa nada,
cuando el fuego nutrido ha enmudecido,
cuando el enemigo se ha hecho invisible,
y la sombra del armamento eterno
oscurece el cielo.

Se concede 
por abandonar las banderas, 
por el valor ante el amigo, 
por revelar secretos indignos 
y desacatar 
toda orden.


(El tiempo postergado, Madrid: Ediciones Cátedra S. A., 1991).

Trad. de Arturo Parada.



Despedida


La carne, que envejeció muy bien conmigo, 
la mano rugosa, que sostuvo fresca la mía, 
ha de quedarse sobre el pálido muslo,
rejuvenecerse la carne, por un instante, 
para que así venga más rápido el derrumbe en ella,
rápido llegan las arrugas, casi sanas, 
y todo sobre la rígida musculatura.

No ser amada. El dolor podría ser aún
mayor, Se siente muy bien, toca a la puerta.
Pero la carne, con su línea abierta en la rodilla,
las arrugadas manos, todo ello sobrevino de noche, 
el curtido omóplato, donde ya no crece ningún verde,
donde alguna vez se mantuvo oculto un rostro.

Avejentada en cien años, en un solo día,
El confiado animal fue llevado bajo latigazos
a su armonía preestablecida.



Niños de Julio

Por nuestros propios medios nonatos,
mis niños de julio, las monstruosidades
que se mueven con el pie mutilado, no lo sabemos,
que agitan el muñón, no lo sabemos,
y la cabeza perdida.
Por nuestros propios medios, 
perdiendo la cabeza,
mis queridos niños
nada les habría podido enseñar
pero bien alimentados les habría hecho
enamorarse de lo otro, del viento en el aire
Unos miles de ellos en Julio
habría sido siempre Julio
monstruos alimentados
desde mi ternura 
que es lo que buscáis vosotros, espectros etéreos 
Transformadores del mundo, vosotros me
lo habríais cambiado el mundo 
y cambiármelo hasta la muerte por cariño
hasta la muerte para algo otro
Viento en el aire el papel jironeado
que se desgarra, antes que alguno pueda 
leer lo que ha sucedido 
como se os ha arrancado
de mí, se ha desgarrado el jirón de
papel que no puede sin embargo leer aun nadie.



La noche de los perdidos.
El final del amor


Una luna, un cielo
y el mar obscuro.
Tan sólo eso, y todo obscuro. 
Tan sólo eso, porque es de noche.
Y nada humano
entreteje además esa acción efectiva, 
Que me reprochas también tú 
y semejante amargura
No lo hagas. 
Nada mejor hay que yo pudiera conocer
sino amarte, nunca
pensé,
que a través del sudor de la piel
se me haría presente 
el […] mundo.

[Sin título]


Observad, amigos ¡acaso no lo veis!
que no lo he sobrevivido ni menos resistido, no lo veis,
que voy hacia adentro, que 
para aquél de ahí yo voy hablando por dentro, que
me repliego y desdeño
mi cabello, que embolso mis manos
retiro mi palabra, no lo veis, 
observad,

que me marcho, que voy
cayendo, que me entrego,

y grito, porque los locos
buscan tanteando a sus protectores, como
yo a mi guarda.


[Sin título]


Qué difícil es perdonar,
un trabajo muy lento y muy arduo, 
del que sola me he ocupado
durante ya muchos años.

El odio me ha enfermado,
me siento deformada, estos abscesos
me prohíben incluso mostrarme 
junto a los hombres.

Sólo sé que yo 
no puedo odiar más de este modo
ni desear tu muerte, 
la cual tampoco deseo,
ni cumpliría yo por mi mano,

He aprendido que la mía
ha de amar a sus enemigos, y
esto es tan simple, pues si no cómo
podrían luego mis enemigos
hacerme más de un mal. 
Si se extravía una bala, 
si alguien me escupe en a cara, 
como ayer, no me guardo pensamientos 
contra el amor que me ha sido dado.

Tengo miedo ante el amor 
que me has infundido tú, 
con la intención más cruel. 
Totalmente ajada de cortantes ácidos,
venenos de todo tipo, por el opio,
aturdida por completo en mi destrucción.
Puesto que ya no vivo más en ti, 
y muerta me encuentro ya, donde estoy. 
Lo que cuentan y persisten son las cúpulas
comen dos veces al día, satisfacen 
luego sus necesidades, e
imploran por los medicamentos, 
que me han de sumir en un largo sueño.



(No sé de otro mundo mejor. Poemas inéditos. Piper-Verlag, München, 2000). 
Fuente: http://web.uchile.cl/publicaciones/cyber/18/crea16.html 

Trad. de Breno Onetto.



Cantos durante la huida

                                                          Dura legge d'Amor! ma, ben che obliqua, 
                                                          Servar convensi; però ch'ella aggiunge 
                                                          Di cielo in terra, universale, antiqua
                                                          Petrarca, "I Ttriunfi"

I

La hoja de palma se parte con la nieve, 
las escaleras se derrumban, 
la ciudad yace tiesa y brilla 
en el extraño resplandor de invierno.

Los niños gritan y suben 
a la colina del hambre, 
comen de la blanca harina 
y rezan al cielo.

La rica quincalla invernal, 
el oro de las mandarinas, 
vuela en las ráfagas salvajes. 
Rueda la naranja sanguina.

II

Yo, sin embargo, yazgo solo 
encerrado en hielo, lleno de heridas.
Todavía la nieve
no me vendó los ojos.

Los muertos, abrazados a mí,
callan en todas las lenguas.
¡Nadie me ama ni ha agitado
una lámpara para mí!

X

¡Oh amor, que rompiste y tiraste
nuestras cortezas, nuestro escudo,
el cobijo y la herrumbre marrón de años!
¡Oh penas, que pisándolo apagaron nuestro amor,
su fuego húmedo en las partes sensibles!
Llena de humo, sucumbiendo en el humo, la llama se repliega.

XII

Boca que durmió en mi boca,
ojo que vigiló mi ojo,
mano-
y los que me arrasaron, los ojos!
¡Boca que pronunció la sentencia,
mano que me ejecutó!

XV

El amor tiene un triunfo y la muerte tiene otro, 
el tiempo y el tiempo de después. 
Nosotros no tenemos ninguno.

A nuestro alrededor sólo hundirse de astros. Destellos y silencio. 
Mas la canción por encima del polvo después 
va a superarnos.



Currículum Vitae

Larga es la noche, 
larga para el hombre 
que no puede morir, largamente 
se tambalea bajo farolas 
su ojo desnudo y su ojo 
cegado por el aliento de aguardiente, y el olor 
a carne mojada bajo sus uñas 
no siempre le aturde, oh dios, 
larga es la noche.

Mi cabello no se encanece 
porque salí del vientre de las máquinas, 
Rosarroja* me untó de alquitrán la frente 
y los mechones, habían estrangulado 
a su hermana, blanca como la nieve. Pero yo, 
el jefe de la tribu, pasé por la ciudad 
de diez veces cien mil almas, y mi pie 
pisaba las cucarachas del alma bajo el cielo de cuero, del cual 
pendían diez veces cien mil pipas de la paz, 
frías. Una calma de ángeles 
deseé a menudo para mí 
y cotos de caza llenos 
de los gritos impotentes 
de mis amigos.
Con las piernas y las alas abiertas 
subía la sabihonda juventud 
sobre mí, sobre el estiércol, sobre el jazmín, 
hacia las inmensas noches del secreto 
de la raíz cuadrada, la leyenda de la muerte 
empaña mi ventana cada hora, 
dadme euforbia y verted 
la risa en mi garganta 
de los viejos que nos antecedieron, cuando 
caiga yo sobre los infolios 
en el sueño vergonzoso, 
para que no pueda pensar, 
para que juegue con flecos 
de los que cuelgan serpientes.

También nuestras madres 
soñaron con el futuro de sus maridos, 
los vieron poderosos, 
revolucionarios y solitarios, 
pero después del retiro los han visto encorvados en el huerto 
sobre las llameantes malas hierbas, 
mano a mano con el fruto charlatán 
de su amor. Triste padre mío, 
¿por qué callasteis entonces 
y no habéis seguido pensando?

Perdido en las cascadas de fuego, 
En una noche junto a un cañón 
que no dispara, condenadamente larga 
es la noche, bajo el esputo
de una luna enfermiza, su luz 
biliosa, pasa volando sobre mí 
el trineo con la historia 
embellecida, 
en la vía del sueño de poder (lo cual no impido). 
No era que yo durmiese: estaba despierto, 
entre esqueletos de hielo buscaba el camino, 
volvía a casa, me ceñía el brazo 
y la pierna con hiedra y con restos 
de sol blanqueaba las ruinas. 
Respeté los días festivos, 
y sólo si mi pan estaba bendecido 
lo comía.

En una época arrogante 
hay que pasar de prisa 
de una luz a otra, de un país 
a otro, bajo el arco iris, 
con la punta del compás en el corazón, 
tomando la noche por radio. 
Abierto de par en par. Desde las montañas 
se ven lagos, en los lagos 
montañas, y en el armazón de las nubes 
se balancean las campanas 
de un mundo. Saber de quién 
es ese mundo, me está prohibido.

Ocurrió un viernes: 
-yo estaba ayunando por mi vida, 
el aire chorreaba del zumo de los limones
y la espina estaba clavada en mi paladar¬ 
entonces saqué del pez abierto 
un anillo que lanzado 
al nacer yo, cayó en el río 
de la noche y se hundió. 
Yo volví a lanzarlo a la noche.

Oh ¡si no tuviera miedo a la muerte! 
Si tuviera la palabra 
(y no la errase) 
si no tuviera cardos en el corazón 
(y rechazara el sol), 
si no tuviera avidez en la boca 
(y no bebiera el agua salvaje), 
si no abriera el párpado 
(y no hubiera visto la cuerda). 
¿Están tirando del cielo? 
Si no me sostuviera la tierra 
hace tiempo que yacería quieta, 
hace tiempo que yacería 
donde me quiere la noche, 
antes de que hinche las narices 
y levante su casco 
para nuevos golpes, 
siempre para golpear. 
Siempre la noche. 
Y nunca el día. 



*Rosarroja y Blancanieves son hermanas en el cuento.



Explícame, amor

Tu sombrero se levanta despacio, saluda, y vuela al viento, 
tu cabeza desnuda enamora a las nubes, 
tu corazón tiene que hacer en otra parte, 
tu boca asimila lenguas nuevas, 
la hierba tembladera menudea por aquí, 
el verano apaga y enciende los ásteres con un soplo, 
ciego por los copos levantas el rostro, 
ríes y lloras y te hundes en ti, 
qué más ha de ocurrirte -

¡Explícame, amor!

El pavo con solemne asombro hace la rueda, 
la paloma levanta su collar de plumas, 
el aire se dilata repleto de arrullos, 
grita el ánade, el país entero 
se sirve de la miel silvestre, también en el sereno parque 
los arriates están enmarcados con un polvo dorado.

El pez se ruboriza, adelanta a la bandada 
y se precipita entre grutas al lecho de coral. 
Al son de la música de la arena plateada baila tímido el escorpión. 
El escarabajo huele de lejos a la más espléndida; 
¡si yo tuviera sus sentidos, notaría también 
que brillan alas bajo el caparazón de ella, 
y tomaría el camino del fresal lejano!
¡Explícame, amor!

El agua sabe hablar, 
la ola toma a la ola de la mano, 
en la viña el racimo se hincha, salta y cae. 
¡Cuán confiado sale el caracol de su casa!

¡Una piedra sabe conmover a otra!

Explícame amor, lo que no sé explicar: 
¿trataré durante este tiempo corto y hostil 
únicamente con pensamientos y sólo yo 
no conoceré ni haré nada afectuoso? 
¿Tiene uno que pensar? ¿No le echarán de menos?

Dices: otro espíritu cuenta con él... 
No me expliques nada. Veo a la salamandra 
pasar por todos los fuegos. 
Ningún horror la persigue y nada le causa dolor.



Invocación a la Osa Mayor

Osa Mayor, baja, hirsuta noche, 
animal de piel de nubes con ojos viejos, 
ojos de estrellas, 
por la espesura irrumpen relucientes 
tus patas con las garras, 
garras de estrellas, 
mantenemos despiertos los rebaños, 
pero encantados por ti, desconfiamos 
de tus flancos cansados y de tus dientes 
agudos y semidescubiertos, 
vieja osa.

Una piña: vuestro mundo. 
Vosotros: sus escamas. 
Yo la muevo, la hago rodar 
desde los abetos del principio 
hasta los abetos del final, 
la resoplo, la pruebo en la boca 
y la agarro con las zarpas.

Ya tengáis miedo o no lo tengáis, 
pagad en la limosnera y dadle 
al ciego una buena palabra, 
para que sostenga a la osa de la correa. 
Y sazonad bien los corderos.
Podría ser que esta osa
se soltara, no amenazara ya más
y corriera tras todas las piñas caídas
de los abetos grandes y alados
que cayeron del paraíso.



Publicidad

Pero adónde vamos 
no te preocupes no te preocupes 
cuando oscurece y cuando viene el frío 
no te preocupes 
pero 
con música 
qué debemos hacer 
alegre y con música 
y pensar 
alegre 
cara a un final 
con música 
y adónde llevamos 
mejor 
nuestras preguntas y el escalofrío de todos los años 
a la lavandería de sueños no te preocupes no te preocupes 
pero qué ocurre 
mejor 
cuando sobreviene

un silencio de muerte.



Toma de tierra

Llegué a las dehesas 
cuando ya era de noche, 
olfateando en los prados la hierba 
y el viento antes de levantarse. 
Ya no pastaba el amor, 
las campanas se habían extinguido 
y los haces de hierba endurecido.

En el suelo había un cuerno clavado 
por el obstinado animal de guía 
hundido en la oscuridad.

Lo saqué de la tierra, 
lo alcé al cielo 
con todas mis fuerzas.

Para llenar este país 
del todo con sonidos 
toqué el cuerno, 
dispuesto a vivir en el viento venidero 
y bajo los tallos ondeantes 
de cualquier procedencia.


Sombra rosas sombra

Bajo un cielo extraño
sombra rosas
sombra
sobre una tierra extraña
entre rosas y sombra
dentro de un agua extraña
mi sombra



Una especie de pérdida

Usados en común: estaciones del año, libros y una música.
Las llaves, los boles de té, la panera, sábanas y una
cama.
Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, empleados,
gastados.
Un reglamento de casa observado. Dicho. Hecho. Y
siempre alargada la mano.
De inviernos, de un septeto vienés y de veranos me he 
enamorado.
De mapas, de un poblacho de montaña, de una playa y de una cama.
Con fechas he hecho un culto, promesas he declarado
irrevocables,
he adornado un algo y he sido devota delante de una nada,
(-de un periódico doblado, de las cenizas frías, del
papel con un apunte)
impávida ante la religión, porque la iglesia era esta cama.
De la vista de un lago surgió mi pintura inagotable.
Desde el balcón había que saludar a los pueblos, mis
vecinos.
Junto al fuego de la chimenea, en la seguridad, mi
cabello tenía su color más intenso.
La llamada a la puerta era la alarma para mi alegría.
No te he perdido a ti,
sino al mundo.



(Invocación a la Osa Mayor, Madrid: Hiperión, 2001).


Trad. de Cacilia Dreymüller y Concha García.




Hablar con un tercero

Y he elegido a la
muerte, para todas las
confesiones ella, le he
contado, a esta muerte
disparatada, a la que no
puedo imaginar, a la que
puedo provocar rápidamente,
pero nunca imaginar, le
he contado.
La muerte, a la que le he contado
tiene la amargura de treinta
píldoras, mide una
caída por la ventana, y
le digo, al estar sola
con ella, ella tan larga

tan larga como una caída por la ventana,
ella tan corta, larga como un sueño,
hasta que le quite al sueño
la preocupaciones por
mí, le cuento a este
tercero.
Digo: hazme ver su
boca, y ese ojo
hazme ver cómo era,
dale marcha atrás,
hazme ver cómo
digo:
Otra vez, y
soy.



Estar permanentemente en las palabras

Estar permanentemente en las palabras, quieras o no,
Estar siempre vivo, lleno de palabras por la vida,
como si las palabras estuviesen vivas, como si la vida fuera palabra.

Tan distinto es, creedme.
Entre una palabra y un objeto
sólo te entremetes tú mismo,
como con un enfermo yaces con los dos
ya que ninguno se arrima jamás al otro
degustas un sonido y un cuerpo,
y te gustan los dos.

Sabe a muerte.

Pero vida y muerte, si existen las dos,
quién sabe,
como hay tanto muerto lejano en mí.
como ya me ha afectado
tanto fallecido
y también los muertos.

una amiga que antes me conocía,

un jarro del que brindé por ti



A la central de telecomunicaciones de Berlín

Me alegro de que ayer fuera más duro
que lo es hoy. Entrada prohibida.
Siguen poniendo en la puerta y nadie
viene, también llueve mucho, vuelve
a ser invierno como ayer, es decir, como hace un año.
Entonces fue duro, en la vecindad
nadie. Es que nadie viene.

Ayer, me asfixié, 
no podía gritar más,
hoy sí que podría gritar,
pero es mejor hoy.
arriba juegan a los bolos, abajo
trabajan la madera y asierran
estos bricoleros inocuos.

En la grieta del muro, en un
segundo de susto, un bicho negro
que se hacía el muerto. Hecho el muerto.
Y aprendo de él,
me hago la muerta,
sin hijo, sin amante,
sin radio, sin teléfono,
en esta grieta, perdida
en este planeta, en
este Berlín.

mirada por nadie más que
un muro cortafuegos.
en un segundo de susto,
me siento mirada por
la locura. Sé que
me miro a mí misma.
Un muro cortafuegos al otro.
Sin cara.
De un incendio en extinción.
Un incendio no extinguible.



Hermandad

Todo es abrir heridas, 
y nadie perdonó a nadie. 
Herido como tú e hiriendo, 
encaminado hacia ti vivía yo. 

El puro, el contacto espiritual, 
Por cada tacto incrementado, 
lo experimentamos Envejeciendo, 
más al frío silencio retirados. 



Tarde ebria

Tarde ebria, llena de azulada luz 
se tambalea en la ventana y desea cantar. 
Con miedo, los cristales se aprietan 
donde sus sombras se enredaron. 
Vacila, llevando la oscuridad hacia el mar de casas, 
encuentra a un niño. Lo ahuyenta con gritos, 
y jadea detrás de todo y de todos 
susurrando cosas temibles. 
En el patio húmedo circundado por opacos muros 
retoza con ratas en los rincones. 
Una mujer, vestida de un gris deslucido, 
retrocede ante ella, escondiéndose en la penumbra. 
Aún fluye, en la fuente, un hilo delgado, 
una gota cae persiguiendo a la otra; 
ahora la tarde bebe un líquido viscoso de la corroída cañería 
y ayuda a lavar las negras cloacas. 
Tarde ebria, llena de azulada luz, 
se tambalea en la ventana y empieza a cantar. 
Los cristales se rompen. Ensangrentado el rostro, 
irrumpe y lucha contra mi terror


Ingreso en el partido

¿Acaso una persona no vale nada entre hermanos?
Calumniada y escupida, burlada, difamada,
quién no lo sabe, por una buena obra, que no se demuestra.
El honor, vendido en cada tertulia.
De boca en boca como una anécdota sucia.
El exceso de un sentimiento, asesinado
por el beneficio diligente.
La escrupulosidad ocupada
con la determinación de los ingresos.
Una vida, una sola, convertida
en experimento. Así está logrado. Realizado.
Tampoco el conejo en el laboratorio, hinchado,
que pierde su piel después de la prueba,
tampoco la rata, llena de inyecciones, sin conciencia,
devorará el brazo de su asesino.
También la mosca, contra la que se dirige
una punta* con veneno, los mosquitos que no se valen
todavía de la Carta de Derechos de los mosquitos
son mis compañeros.
Yo me valgo de mi modesta persona.
Mas si Dios se ha encarnado
y le meten en la probeta y toma
posición, si él fuera el amor
y dudo que pueda ser algo
de esta clase, me consolaría poco.

Sé que hay que obligar a las víctimas aquí
para que se junten, sin ningún acuerdo aún.
La especie de mosca quiere unos días, el paria
una mirada por la ranura del buzón, la rata,
la Yo, los totalmente humillados quieren
la venganza, antes de morir deshonrados –
quieren una palabra de compasión.
La comuna renuncia.
El capital de una atrocidad que produce intereses
se enfrenta al capital de un dolor
menguante.
A pesar de todo, esta sociedad se sentencia a sí misma.
Morir no lo es, levantarse
es la palabra. Sin comprensión
para con la explotación, terminar
con esta explotación. Que venga la revolución.
Que venga, pues que venga.
Yo dudo. Pero que venga
la revolución, también de mi corazón.
Se me han extraviado los poemas.
Los busco en todos los rincones de la habitación.
Por el dolor, no sé cómo anotar
un dolor, ya no sé nada de nada.
Sé que no se puede hablar así, sin ton ni son,
ha de ser más mordaz, una metáfora picante.
tendría que ocurrírsele a uno. Pero con el cuchillo en la espalda.
Parlo e tacio, parlo, me fugo en un idioma
en el que sale hasta algo español, los toros y
las** planetas, se puede escuchar quizá aún
en un viejo disco robado. Con algo de francés
también va, tu es mon amour depuis si longtemps.
Adiós, palabras bonitas, con vuestras profecías.
Por qué me habéis abandonado. ¿No estabais a gusto?
Os he depositado junto a un corazón, de piedra.
Realizad allí para mí, Aguantad allí, realizad allí para mí una obra


* N.d.T.: Los editores alemanes advierten que Flitspitze podría ser una
errata y que la palabra correcta puede ser Flitspritze (inyección con
veneno): Flit es un veneno contra moscas.

**N. d. T.: Así en el original.



(No sé de ningún mundo mejor, Madrid, Hiperión: 2003).

Trad. de Jan Pohl.




Bohemia junto al mar


¿Aquí son verdes las casas? Entro en una casa.
¿Están sanos los puentes? Voy por suelo firme.
¿Pérdida de tiempo es todo el tiempo? Con gusto lo pierdo.

Yo no soy tal, es uno, tan bueno como yo.

Una palabra se me acerca, la dejo aproximarse.
¿Bohemia sigue junto al mar? Creo en los mares otra vez.
¿Y aún creo en el mar? Igual confío en la tierra.

Yo soy eso, entonces un cualquiera, que es tanto como yo.
Para mí no quiero más. Quiero ir al fondo.

En el fondo, es decir hacia el mar, donde encuentro Bohemia otra vez.
Hundida, despierto tranquila.
Conozco ahora el fondo y no me pierdo

Vengan aquí bohemios todos, marineros, putas del puerto,
barcos sin anclar. Ilirios, veroneses, venecianos, ¿no quieren
ser bohemios? Interpreten las comedias que hacen reír

y las que son para llorar. Y fallen cien veces,
como yo lo hice y reprobé las pruebas,
pero sí las soporto, una y otra vez.

Así surgió Bohemia y en algún buen día,
junto al mar fue indultada, ahora yace junto al agua.

Me acerco a una palabra y a otra tierra,
me acerco un poco más, como poco también, a todo lo demás:

un vagabundo, un bohemio sin nada, que nada sostiene,
pero capaz, desde el mar en disputa, de ver la tierra que deseo elegir.



En verdad
                                         para Ana Ajmátova

A quien nunca afectó
[una palabra,
se los digo,
quien sólo sabe ayudarse
[a sí mismo,
y con palabras:

no es alguien a quien ayudar.
Ni en los breves senderos,
tampoco en los extensos.

Hacer perdurable una
[única frase,
sostenerla en el vaivén de las
[palabras.

Esta frase la escribe nadie,
el que no la suscribe.



Enero 64 Praga

A partir de esa noche
camino y hablo otra vez;
suena a bohemio,
cual si estuviera en casa de nuevo

entre el Danubio, el Moldava
y el río de mi infancia,
donde todo tiene una noción de mí.

Partir, paso por paso, es regresar;
a mirar, al parecer, aprendí.

Doblada parpadeo,
cuelgo del pretil de la ventana,
miro los años de sombra
(cuando no había estrella
que me colgara en la boca)
alejarse más allá de la colina.

Sobre el barrio de Hradschin1
a las seis de la mañana,
los paleadores de nieve del Tatra
con sus garras agrietadas
acabaron con los restos de la escarcha.

Entre las cuadras que explotan
de mi río, y también mi río,
se abre paso el agua liberada.

Llega a escucharse en los Urales.



Enigma


para Hans Werner Henze, del tiempo de los Ariosi

Nada más ha de venir.

Ya no será primavera.
Almanaques milenarios se lo dicen a quien pasa.

Pero tampoco verano, ni, lo que ostenta
el nombre 'veraniego',
habrá de venir nuevamente.

No debes de llorar,
dice una música.

Aparte,
nadie
dice
algo.



No es delicatessen

Ya no hay nada que me guste.
¿Debo
adornar una metáfora
con una flor de almendro?
¿crucificar la sintaxis
por un efecto de luz?
Quién se romperá el cráneo
con cosas tan superfluas –

Tuve una comprensión
de ciertas palabras,
las que están ahí
(para la clase más baja)

Hambre
              pena
                      lágrimas
y
                                      oscuridad.

Con el llanto impuro,
con la desesperación
(y aún desespero de la desesperación)
por tanta miseria,
por los decesos por enfermedad, por los costos de la vida,
he de entenderme.

No dejo de lado la escritura,
sino a mí.
Los demás saben
sabe Dios cómo
ayudarse con palabras.
Yo no soy mi asistente.

¿Debo
tomar como rehén un pensamiento,
llevarlo hasta una celda verbal iluminada?
¿alimentar ojos y oído
con un bocado de palabras de primera?
¿explorar la libido de una vocal,
¿calcular el valor amatorio de las consonantes?

¿Debo
—con la cabeza apedreada,
con el calambre de escribir en esta mano,
con el peso de trescientas noches—
desgarrar el papel,
barrer las óperas verbales urdidas,
así de aplastante: yo tú y él ella eso
nosotros ustedes?

(Debo. Deben los otros)

De mi parte, debe darse por perdido.




(Sämtliche Gedichte, Múnich, Piper Verlag, 2005).
(Fuente: Revista La Colmena, N° 82, México: Universidad Autónoma del Estado de México, 2014).


Trad. de Daniel Benomo 


Viaje

El humo asciende de la tierra.
Recuerda los pequeños cobertizos para la pesca,
porque el sol se hundirá
antes de que hayas dejado diez millas tras de ti.

El agua oscura, de mil ojos,
abre sus pestañas de espuma blanca,
estudiándote, profunda y largamente,
durante treinta días.

Aun cuando el barco cabecea
y da cada paso incierto,
continúa calmado sobre la cubierta.

A la mesa ellos comen
el pescado asado;
luego los hombres se hincarán
y zurcirán sus redes,
aunque cada uno dormirá en la noche
una hora o dos,
y sus manos se suavizarán,
libres de sal y aceite,
suaves como el pan de los sueños
que ellos rompen.

La primera ola de la noche golpea contra la costa,
la segunda ya te alcanza.
Pero si miras detenidamente,
aún puedes ver el árbol
que levanta desafiante un brazo
–el viento ya le ha tumbado uno
–y tú piensas: ¿Cuánto más?
¿Cuánto más
soportará la madera el clima?

De la tierra no hay rastro alguno.
Con tu mano debiste haber escarbado en el banco de arena
o atado a ti mismo al acantilado con una hebra capilar.

Soplando conchas, los monstruos marinos flotan
sobre el penacho de las olas, las montan y parten
el día en pedazos con sables brillantes; un rastro rojo
queda en el agua, donde el sueño se apodera de ti
por el resto de tus horas,
tus sentidos se tambalean.

Pero luego algo pasa con las sogas,
te llaman y estás feliz
de que te necesiten. Lo mejor de todo
es el trabajo en los barcos
que zarpan muy lejos,
el anudar sogas, vaciar el agua,
calafetear las fugas, la vigilia del cargamento.
Es mejor estar cansado y colapsar
por la tarde. Es mejor despertar claro en la mañana
a la primera luz, levantarse bajo el cielo inamovible,
ignorar el agua infranqueable
y  alzar la nave sobre las olas
hacia la siempre recurrente costa del sol.



En la tormenta de rosas

A donde sea que volteamos en la tormenta de rosas,
la noche arde con espinas, y el relámpago
de pétalos, alguna vez callado entre los arbustos,
retumba en nuestros talones.


Dialectos

Uno puede reconocerlos por sus dialectos,
el batidor y el abatido,
el perseguidor y el perseguido,
los ingenuos y los sabios,
dialectos que no renuncian a su acento nativo.


Mi amor después de muchos años

Un largo, largo amor
ha comprobado en sus alas la pesadumbre
y no volará hacia otro.
La vieja mendiga debe vagar,
cada día la puerta azotándose frente a ella,
todos estos años, todos, todos estos días
dirigiéndose a casa hacia el norte.
El viento del sur la alienta, el viento del norte la atormenta.



Trad. de Ademar Ramírez.


Barrera de sonido

La alfombra de ruido, ensordecedora y chata,
que arrastra contigo
lo que más ruido hace, todo
hace ruido y ensordecen,
tiemblan
Tus casas todas
cada pisada
en tu cabeza
todas tus posesiones
recuerdos, pensamientos
lo que rebasó
con una velocidad
que nunca fue la tuya
esta locura; no exista nada
más, nada existe más, y 
no existe nada más lejos
hasta que con el gran estruendo 
bajo el que te inclinas
sobre ti, en lo alto,
la barrera del sonido traspasas,
subiendo.
Te inclinas ya estás
arriba y emprendes tu viaje
con flamantes harapos y llantas
con las costuras reventadas y
una fuerza loca, para que en tu
traspasar el cielo sea [siempre] muy suave
y la tierra muy dura.



En manos del enemigo

Estás en manos del enemigo,
ya muelen Tus
huesos, trituran
Tu mirada
aplastan Tus miradas
con los pies
te taladran el oído
con el silbato de alarma
Alarma



Plaza Wenceslao

                          pistas de hielo, bloques de nieve
No mucho para ver, la nieve, una avería
humeantes
sin palabras ante el frío las bocas, hacia arriba
y hacia abajo como cardúmenes xxxxxxxxxxx de casa en casa
Hombres.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx No mucho para entender.
juntos y en todas direcciones

Sale humo solamente, bocanadas, hace rato que cada uno
piensa en sí mismo, no piensa. Tampoco para qué
ni por qué aquí.

El lugar, con [el que] sin embargo me encontré camino a casa, también se llama así,
es uno y el mismo. Tengo mi pequeño humo
delante de la boca y doblo y me descubro viva
en una callejuela que termina xxx lejos en el fondo de mi pasado
y es mi vida.        en la que está mi origen.


Cementerio judío 

Bosque petrificado, ninguna tumba destac[abl]e, nada para arro[d]illarse
ni tampoco para las flores. Es tan estrecho el lugar que las piedras
se abrazan entre sí, para que no se piense en uno sin el otro,
y para los vivos   una pasarela A través de la cual pasearse,
sin tristeza, El que alcanza la salida no tiene la muerte,
sino el día en el corazón.


Praga, policlínico

Aquí es todo gratuito. No cuesta nada.
Sólo están los enfermos, Ningún asilo de ricos, ningún asilo de pobres,
sólo un asilo de enfermos para los enfermos, no cuesta nada, 
todo gratuito, ninguna prerrogativa ni tampoco privilegios,
aquí están todos enfermos y llaman a las puertas como al Paraíso
y deliran como ante el Paraíso y respiran apenas




(Lezte, unveröffentliche Gedichte, Entwürfe und Fassungen. Suhrkamp, Francfort del Meno, 1998).


Trad. de Ricardo Ibarlucía.





INGEBORG BACHMANN (AUSTRIA, 1926-1973).